Alicia caminaba mirando a todos lados, una capa de sudor cubría su frente; sus tacones resonaban en el silencio de la noche fría, y su abrigo daba la ilusión de que ella desaparecería en la oscuridad.
Con la respiración irregular logró llegar a su destino: la casa del Padre Fred. Tocó la puerta implorando que siguiera con vida, tras unos segundos de eterno suspenso la puerta se abrió, sintió alivio al verlo vivo.
El padre la dejó entrar al verla en un estado tan poco propio de ella, aquella mujer, tan sofisticada y calmada era un manojo de nervios, con el cabello alborotado por el viento de la ciudad y con la respiración agitada.
No pudo siquiera hacer una pregunta cuando Alicia habló casi rogando.
—Padre Fred, no sé a quién más acudir y no merezco el asilo de la iglesia— por primera vez sus ojos se encontraban, el hombre de religión vio las lágrimas acumulándose en esa mirada suplicante. —Creo que he cometido un horrendo pecado en mi propia casa, el señor me ha visto y solo puedo pedir que se apiade de mi.
Fred sentó a la dama en un sillón junto a la chimenea de la sala, ella, aún con el cuerpo temblando, se dispuso a contar los hechos. Amablemente él sirvió té caliente.
—Mi esposo, mi amado John, yo fui la responsable de su muerte. Pero no fue a propósito, o no lo sé— una pausa, frunció el ceño y apretó los puños sobre su regazo. —Él quería que nos mudemos a la ciudad, involucrarse como nunca antes con la empresa familiar, y yo fui egoísta, le dije que no quería y me enojé con mi añorado John. Es por esto que creo que lo maté, quizás suene como una tontería, pero es bien sabido que el innombrable se presta a cualquier oportunidad para cometer sus tan atroces actos— Alicia limpió una lágrima silenciosa que caía por su mejilla. —Le preparé un té, aún enojada por su terquedad, luego de dárselo fui a la cocina y al volver su cuerpo convulsionaba, lo envenené, y lo peor, Padre, es que fue un acto inconsciente producto del rencor.
El Padre miró fijamente los ojos de Alicia, estos no mostraban más que culpa y dolor, todavía con restos de llanto. Con sus delicadas manos temblando bebió de la taza, sus yemas se entibiaron y él finalmente habló.
—Debo decirte, querida Alicia, que tu pecado es terrible sin duda, pero antes de que sueltes tu último suspiro debo contarte la verdad— la mujer lo miró sin comprender del todo. —John fue un buen hermano y un buen hombre, de eso no hay duda, pero jamás podría ser capaz de llevar una empresa como la de nuestra familia... Entenderás que su muerte supondría que la futura herencia es mía, y con ella la empresa. —Alicia comenzó a toser asustada— Alicia, querida cuñada, me alegra saber que el té de canela es tu favorito, el veneno se mezcla con la azúcar.
Alicia cayó a la alfombra convulsionando mientras el Padre Fred rezaba un Padre nuestro.
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