Recuerdo aquel día hace diez años en el que los medios de comunicación enloquecieron debido al fenómeno que, más que cosa de la misma Tierra, parecía un milagro. El mundo entero fue testigo de una sacudida en el Atlántico que dejó perplejos a todos los científicos y expertos del mundo; las magnitudes de la sacudida provocarían inevitablemente tsunamis que arrasarían con gran parte de América y Europa, la catástrofe sería inminente... Sin embargo nunca ocurrió nada parecido, fue algo completamente distinto lo que les dejó sin habla: Una nueva tierra había emergido del mar.
Las numerosas entrevistas, comentarios y especulaciones inundaron la televisión e Internet en muy poco tiempo. Gente que hablaba de milagros, de fenómenos inexplicables, de alienígenas, de un aviso de la madre Tierra. Pero lo cierto era que nadie sabía ni entendía nada al respecto. Lo único que quedó claro para todos es que aquel nuevo lugar se llamaría Atlántida.
Por supuesto, el nombre con el que se le bautizó en los medios generó mucha discordia y disputa entre científicos y expertos, pero aun era más potente el ansia de conocer aquel lugar, de explorarlo, de comprobar si aquello era realmente la mítica tierra de la que Platón teorizaba o no. Pero si ya de por sí su aparición fue algo casi paranormal, lo que ocurrió después generó aun más comidilla entre los interesados: Un multimillonario anónimo compró la isla bajo la aceptación y protección de la ONU. Las teorías saturaron Internet, los científicos y periodistas enloquecieron, pero no pudieron evitar que aquella isla se convirtiese en el lugar más protegido del mundo durante cuatro años.
¿Que qué pasó después? Más polémica. Cuando las cosas se habían calmado, se anunció de manera anónima que aquel lugar se convertiría por orden de su dueño en una isla para estudiantes. Solo los mejores, los más aptos y los que pudiesen permitirse el lujo de acudir, tendrían una plaza en el instituto que sería conocido como "La Atlántida de San Gabriel".
Y aquí estoy yo ahora, en la ceremonia de iniciación con el corazón en la garganta. Desde el primer año anunciaron que una sola persona en todo el mundo sería aceptada en el instituto con una beca. Una persona elegida totalmente a boleo entre los candidatos. Y bueno, en su sexto año el becado he resultado ser yo, una persona de clase media con un nivel normal de estudios y sin nada que destaque en mí.
Respiro hondo mientras miro mi panfleto por vigesimoséptima vez en aquellos veinte minutos de espera que llevamos todos los alumnos en el hall. Un hall enorme y elegante de suelo de madera y paredes de piedra. Todo decorado con telas y tan luminoso que me pregunto si realmente estoy en un instituto o en el paraíso a la espera de cruzar la puerta.
Lo que más me llama la atención del panfleto es la insistencia con seguir las normas y el remarcarlas continuamente:
1. El contacto con el exterior en el año académico queda absolutamente prohibido con excepción de las vacaciones en las que se permitirá al alumnado abandonar la isla.
2. Los accesos restringidos han de obedecerse a rajatabla, sin excepciones.
3. Fotografías y grabaciones de vídeo y/o voz quedan prohibidas.
4. Las órdenes del profesorado y de los adjuntos al cargo son absolutas.
5. Quien no siga las normas de las maneras descritas quedará expulsado de manera definitiva e inmediata.
6. El idioma oficial de la escuela es el esperanto.
Me daba un poco de pavor. Comprendía que quisiesen guardar en secreto lo máximo posible sobre aquella isla misteriosa, pero, ¿para qué abrirla al público entonces? No tenía sentido.
‒¡Ey! ‒un golpe en la espalda me saca inmediatamente de mis pensamientos‒. ¿Qué pasa?
Es una chica. Castaña de pelo largo y con los ojos verdes. No he entendido nada de lo que ha dicho, ¿hablaba español?
‒I don't speak spanish ‒digo en inglés, básicamente porque no sé español y aun no sé esperanto.
‒Buah, quillo ‒dice y se cruza de brazos‒. What's going on?
‒Well... I don't know yet, I'm new here.
Pero antes de poder decir nada más comienzan a salir personas desde una de las puertas de la sala. El silencio es sepulcral. Todos se colocan en frente de nosotros y tan solo una persona se adelanta hasta llegar a un podio con un micrófono.
‒Buenos días, alumnos ‒dice en varios idiomas‒. Bienvenidos a nuestra amada escuela tanto a antiguos como nuevos alumnos. Espero que hayáis leído el panfleto; lo primero que haremos será guardar todos los dispositivos electrónicos que tengáis y repartiros unos nuevos. Tranquilos, se os devolverán una vez salgáis de la isla.
Varios hombres comienzan a pasar con un carro con varios compartimentos. Recogen los dispositivos, los etiquetan y les entregan un papel con un número a los dueños, según puedo ver. Algunos alumnos intentan esconder tablets o portátiles, pero aquellos tipos parecen leer la mente, porque no queda ni un solo objeto electrónico entre los presentes.
‒Bien. Me presentaré: Soy Gabriel, el fundador de esta escuela, espero que nos llevemos bien. En este lugar nos gusta la disciplina y el orden, pero también vivir a gusto, por lo que intentaremos acomodarnos a vuestras necesidades en la medida de lo posible. Si hay cualquier cosa que necesitéis, cualquier profesor o adjunto estará encantado de ayudar.
Me parece ver a alguien poner los ojos en blanco entre ellos, pero lo dejo pasar. Seguramente ha sido cosa mía.
‒Sin más dilación procederemos a escoger a los miembros del consejo estudiantil. Puede que os resulte raro nuestro método, pero cuanto más tiempo ahorremos ahora, más podremos usarlo cuando haga falta ‒sonríe y encandila a medio alumnado. Con razón.
El tipo es esbelto, castaño oscuro con el pelo hasta los hombros y los ojos verdes. Sus facciones son tan bellas que parece sacado de un cuadro de Da Vinci.
De pronto cuatro personas se ponen de pie y avanzan un par de pasos hasta quedarse a la par con el director. Miran entre nosotros, algunos de forma superflua, otros de una manera tan seria que cuando pasan sus ojos por los míos me da un vuelco el corazón. Cuando terminan, cogen cada uno una lista buscando un nombre. Puedo imaginar que nos sentaron por orden alfabético, porque si no, ¿para qué mirarnos y luego buscar en las listas? ‒además que si me habían colocado en primera fila, por algo era‒.
Hablan entre ellos unos instantes. Cuando Gabriel se aclara la garganta noto a mi corazón desbocarse otra vez. No tengo esperanza en que me elijan, pero aun así no puedo evitarlo ¿y si por un casual...?
‒Las personas que nombremos que por favor se pongan en pie y vengan hasta el estrado ‒anuncia Gabriel antes de dejar unos segundos entre frases‒. Erica Popov.
Cuando la chica llega, veo su pelo lacio, casi dorado. No logro ver el color de sus ojos, pero me llama la atención su ropa, no sé por qué, ya que es un simple vestido de color rosa, pero enseguida lo veo: está hecho a medida. Recordé que en aquel lugar, yo era el raro de clase media.
‒Javier de los Ríos.
Un chico se acerca y se coloca al lado de Erica. Le saca una cabeza. Es moreno con el pelo algo revuelto y su ropa dista mucho de ser de la calidad de su compañera. Aun así puede verse que el chico viene de buena familia, ¿quizá el aura que destila?
‒Beatriz Alonso.
‒¡Qué dices!
La chica que está a mi lado salta con los ojos muy abiertos. Me asusto, no esperaba esa reacción, aunque creo que mis fuertes latidos se deben más a lo cerca que he estado de entrar, o al menos eso quiero pensar.
No duda un instante en salir a toda prisa, arrollando las piernas de las personas que se encuentran a su paso. Cuando se coloca al lado de los otros dos noto una diferencia aun más notoria: Esta claro que esa chica viene del mismo mundo que el mío, uno donde el dinero no abunda. ¿Pero cómo había entrado entonces si el becado era yo?
‒Eduardo Leblanc.
Cuando me doy cuenta, han dicho el último nombre. Quien llega es un tipo moreno con rastas y gafas de sol. Al quitárselas, sus ojos azules claros me llaman la atención. El chico tiene un porte que clama "dinero y respeto" por todos lados.
‒El resto de miembros seguirán siendo los mismos que el año pasado. Venid, por favor.
Dos chicos y una chica se acercan y se colocan al lado de los nuevos.
‒Dieter Schmidt ‒Un joven rubio, es el más bajito entre los chicos. Tiene el pelo revuelto, pero la ropa impoluta‒. Logan O'Connor ‒Sus ojos azules llaman tanto la atención como su pelo teñido de rubio. Se le ven las raíces negras, pero le quedan tan bien como su traje de alta costura‒. Y April Fox ‒Una chica de pelo negro, largo y liso con vestido ajustado sonríe al escuchar su nombre. Destila dos palabras: Millonaria y Hollywood‒. Estas siete personas forman ahora el consejo estudiantil. Cualquier duda, inquietud o problema que tengáis podréis consultarlo con ellos. Podéis pensar en ellos como padres de confesión que guardarán vuestros secretos sin importar el precio, por lo que no temáis en comentarles cualquier cosa.
‒El número de teléfono de las chicas también podéis confiárnoslo ‒sonríe Eduardo.
No entiendo sus palabras, parecían esperanto. Pero varios alumnos ríen de manera sutil, así que finjo una mueca en un intento de sonreír.
‒La palabra de los miembros del consejo ‒continúa Gabriel sin darle importancia a la intervención del chico‒, es tan importante como la del profesorado, así que si recibís alguna orden obedecedla. Claro que si en algún momento pensáis que la orden no se adapta a vuestra moralidad, no dudéis en hablar con cualquiera de nosotros ‒señala tanto a los cuatro tipos que están a su lado como a los... casi veinte adultos que hay detrás. El chico de las rastas se encoge de hombros dándose por aludido con el comentario, o eso me parece.
Cuando la reunión termina me siento algo desanimado. Ya imaginaba que no formaría parte de algo como eso, pero aun así la decepción permanece en el pecho cuando antes de salir, miro hacia atrás viendo a aquellos siete chicos rodeados por todos los adultos.
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