– Arata – susurró Kimi con nerviosismo –, ¿quién es?
El joven no pareció oírla siquiera, completamente concentrado en el recién llegado. «No lleva armadura, pero esa postura...», pensó, analizando al oponente, «no cabe duda de que es un samurái». Aquella irrupción sin duda tenía una buena planificación detrás. «No puedo dar un paso en falso», reflexionó. «Tiene al menos un arquero con él. Un solo error y podría morir cualquiera de nosotros. Sin embargo... podría haberme matado antes», meditó mirando de reojo la flecha incrustada en la pared. «¿Ha sido un error o algo premeditado?». Se le acumulaban las preguntas. «Así no vamos a llegar a ninguna parte... He de ganar tiempo».
– ¿A qué ha venido, forastero? – le preguntó. Su expresión confiada le brindaba un aire calmado.
– Me llevo al monje.
– Cuánta frialdad. Aunque no lo parezca somos profesionales, ¿sabe? Si tanto lo quiere podemos acordar un precio.
Kenta Kawagiri no estaba sorprendido. Había oído rumores de los negocios en los que se hallaba envuelta la banda. ¿De veras dejaría ir al monje con tanta facilidad? Si era así, le ahorraría mucho trabajo. Ya lidiaría con ellos en otra ocasión. Sin hacerse esperar, lanzó la pregunta que esperaba Arata.
– ¿Cuánto quieres?
– Uno – indicó levantando el dedo índice.
– ¿Uno? – repitió Kenta, desconcertado – ¿Un qué?
– Uno de tus arqueros.
«¿Eh?», musitó Kenta. No esperaba algo así. Disimuló como pudo la sorpresa. «¿Trata de involucrarme en un trato imposible para quedarse con el monje?». Sin embargo, aquello probaba que su estrategia había sido certera. «Mantente oculto en esta colina. Yo bajaré y les plantaré cara. Si desconocen nuestro número tendremos ventaja», había encargado a su hijo.
– ¿No le parece una buena oferta? – insistió el líder de la banda. Kenta se mantuvo en silencio – Nos embosca en nuestro propio hogar, y trata de llevarse una de mis pertenencias. Creo que es una muy buena oferta si tenemos en cuenta la gravedad de su agresión. Perder un arquero no le quitaría ventaja, ¿me equivoco? A no ser – añadió con una sonrisa cargada de malicia – que sólo disponga de uno.
Para deleite de Arata, había logrado al fin arrancarle un gesto de sorpresa. «Y yo que pensaba que eras de piedra», se dijo. Kimi parecía sentirse reconfortada, pues todo indicaba que había logrado dar la vuelta a la situación. Por mucho que el recién llegado tratara de mostrarse impasible, ahora quedaba en claro que era vulnerable.
Takao estaba bastante agitado en su escondite. Podría haber acabado con Arata de un solo disparo, como le había encargado su padre. Sin embargo... le había fallado el pulso. Acabar con una vida humana era difícil. Demasiado difícil. Se miró la mano derecha, que temblaba sin control. Sentía calor bajo la armadura. Los nervios hacían mella en el adolescente. Si la operación fracasaba, podría perder a su padre. «Cálmate», se dijo, cerrando el puño y con el ceño fruncido. «Tengo que centrarme». Se puso de nuevo en posición, tensando la cuerda de su arco tras cargarlo con una flecha.
Por su parte, Kenta trataba de pensar en algo. La situación comenzaba a torcerse para él. «No puedo entregarles a Takao. Quedaría desprotegido... y les daría a mi hijo». Debía ceñirse a su actual estrategia, no quedaba otra.
– ¿Qué le hace pensar eso? – respondió al esclavista –. Sería imprudente venir con sólo un guardaespaldas.
– Desde luego – reconoció Arata –. ¿Cómo he podido ser tan tonto? Taro, trae mis espadas. Nagisa, refúgiate en tu casa – ordenó a sus compinches –. No os hagáis de rogar.
– P-pero Arata – se quejó en voz baja Nagisa –. Podrían darnos un flechazo.
– Eso – convino Taro.
– No os preocupéis – les tranquilizó Arata –, tan sólo hacedlo.
– ¿Vas a poner en peligro a tus hombres? – se burló Kenta.
– No pasa nada, estarán bien.
«Esto no me gusta nada», susurró Nagisa a su compañero. «A mí tampoco, no te jode. Pero algo debe tener en mente», fue la respuesta de Taro. Asintió Nagisa, y ambos se separaron a la carrera para cumplir la orden.
Takao se alertó al verlos moverse a toda prisa. «¡¿Qué hacen esos dos?!», exclamó, con cuidado de no elevar el tono. No tuvo tiempo Kenta de hacerle alguna señal disimulada cuando Takao disparó la primera flecha, que se clavó cerca del pie de Nagisa. No obstante, el obediente criminal no varió su rumbo. «¡Mierda!», murmuró Takao, sacando una segunda flecha del morral. Taro la oyó silbar a su lado, pero hizo caso omiso y se internó en la casa de Arata. Ambos habían quedado fuera de su alcance.
«Ha pasado mucho tiempo entre una flecha y otra», analizó Arata. «¡Arata!», le regañó en un susurro Kimi, enfadada. «¡¿Cómo se te ocurre hacer eso?!». «Tranquilízate», le dijo el joven, añadiendo en voz alta:
– Sólo hay un arquero.
Kenta dejó salir un gesto de malestar. Habían destapado todo con una jugada tan estúpida que no había podido prever.
– Es más – continuó el esclavista –, ni siquiera tiene intención de matarnos. Ha tenido muchas oportunidades, pero en ningún momento ha disparado a matar – se señaló la herida de la mejilla como prueba. Estaba muy satisfecho –. Ni siquiera a mí. Sabía que no mataría a Nagisa y a Taro.
– ¿Y si no tiene experiencia? – susurró Kimi.
– Entonces no le habría encargado el arco – respondió con otro susurro.
«¿Por qué has fallado, Takao?», pensó Kenta. Sabía que no debía haberle encargado que crease la apertura para la emboscada matando a Arata para crear confusión. El chico aún no estaba listo para matar. «En el fondo el error es mío».
– De todos modos, el arquero ya ni siquiera es un problema – se jactó Arata. El rostro de Kenta se enturbió, incapaz de ocultar su preocupación.
– ¿De qué hablas?
– Tras tantos disparos, ¿cómo no íbamos a localizarle? Sólo hay que seguir la dirección de las flechas, y Nagisa tiene buen ojo – remató con un guiño.
Kenta buscó con la mirada el edificio donde se había ocultado el tal Nagisa. Sobresaliendo desde una de las ventanas se podía adivinar la ondulante silueta de un arco largo. «Maldito hijo de puta», masculló. La voz de Arata sonó cruel:
– ¿Y bien? ¿Tenemos un trato?
Kenta bajó la mirada. ¿De veras aquel niñato había dado al traste con el plan? La rabia que sentía no estaba dirigida hacia su hijo, sino hacia sí mismo. Se maldijo por haberlo arrastrado a aquella misión. Por mucho que Takao había insistido no debería habérselo permitido.
– Está bien – masculló con desaire.
Sin retirar la mirada de Arata, Kenta alzó el brazo e hizo una señal con la mano. Takao la vio de inmediato. «¿Que baje?», se preguntó extrañado. Al ver cómo su padre repetía el gesto, esta vez con más impaciencia, decidió obedecer y abandonar su escondite.
El capitán suspiró aliviado al ver a su hijo acercarse. Aún conservaba el arco en su mano izquierda. Tenía los nervios a flor de piel, pues se sentía rodeado por lobos.
– ¿Qué ocurre? – preguntó el muchacho con un visible titubeo. Debía tener cuidado a la hora de hablar, pues su padre le había encargado con mucho tiento que evitase llamarlo “padre”. Si algo salía mal, sus adversarios podrían aprovecharse del vínculo entre padre e hijo.
– Vaya, otro samurái – reconoció Arata. «Debe ser novato, parece muy inseguro», pensó.
«¿De veras parezco uno?», murmuró Takao a su padre. «Céntrate, Takao», obtuvo como respuesta. Tras las puertas correderas de la casa tras Arata asomó Taro.
– Tengo tus armas – dijo a su líder.
– Tíramelas, no pasa nada – le ordenó. En cuanto las hubo recibido se las ajustó en el cinto.
Hideki estaba muy asustado. Pensaba que al fin había encontrado una ruta de escape, pero sus supuestos rescatadores parecían haber sucumbido también.
– ¿No vas a decirle tu decisión? – preguntó Arata con sorna.
– ¿Decirme qué? – a Takao comenzaban a pasarle factura los nervios. Se dirigió a su padre – ¿Por qué me ha llamado aquí abajo?
– Lo siento, Takao.
Para asombro de los presentes, Kenta se desabrochó la espada del cinto y la dejó caer frente a él. No levantó la mirada en ningún momento.
– ¿Qué hace? – exclamó Hideki. Aquella rápida sucesión de acontecimientos le tenía aterrado.
– No... – respondió Takao – No lo sé.
– Arata – masculló Kenta. Tan sólo entonces levantó la mirada, clavándola en la de Arata y la chica que estaba junto a él –. Me ofrezco, deja a mi compañero.
– ¿De qué habla? – le preguntó Takao, temblando de angustia.
– Interesante – se complació Arata –. Debe ser bastante importante para usted.
Takao no entendía nada. Desde la colina no podía oírles hablar, así que no se había enterado de su conversación.
– No puedo permitir que os lo llevéis a él – admitió Kenta. Kimi pudo notar una mirada derrotada en el samurái.
Comments (0)
See all