Era una noche fría y oscura entre todos aquellos imponentes árboles. Lo único que rompía el terrible silencio que anunciaba la muerte eran las veloces pisadas de un hombre de mediana edad y su acompañante embarazada.
Poco a poco, los árboles comenzaron a desaparecer, para dar paso a una zona más urbana y civilizada, aunque podía observarse que los habitantes de aquel pueblo se habían marchado recientemente. No obstante, la pareja no aminoró su ritmo hasta que estuvieron seguros de encontrar entre todas esas ruinas un lugar en el que estar a salvo.
- ¿Crees que aquí podrá encontrarnos?- susurró la mujer, con miedo de que alguien más que su marido pudiese oírla.
- No lo sé... Pero es lo más probable...
La poca tranquilidad que pudieron conseguir con su limitado descanso, sin embargo, duró muy poco; ya que sentían que algo terrible se aproximaba con el propósito de darles caza. Sabían sin ninguna duda lo que eso significaba. Uno de esos demonios guardianes del Infierno estaba cerca, con el único objetivo de castigarles por su pecado.
Tras unos segundos aparecieron bajo la parpadeante luz de una farola varios perros, obedeciendo a su propietario que les seguía muy de cerca. Eran unos animales famélicos, careciendo de pelo en varias zonas de sus cuerpos desnutridos; algunos incluso tenían sus huesos al aire libre. Destacaba sin embargo uno en particular, pues, aunque se notaba que estaba preparada para cazar; tenía un aspecto muy saludable.
Así todas ellas alzaron sus cabezas hacia donde la pareja se encontraba casi al mismo tiempo, con sus ojos deseosos de atraparlos entre sus dientes y poder así comer algo de una vez por todas. La única salida que la pareja encontró factible fue huir lo más rápido que les permitiesen sus cuerpos derrotados.
La manada no hizo ningún movimiento, esperaban la próxima orden. Tras conseguir el matrimonio unos segundos de ventaja, se escuchó un silbido que acabó con todo el silencio, pues le siguieron los ladridos enfurecidos de toda la camada, que comenzaron a perseguirles a una velocidad aterradora.
Tras correr durante unos segundos que parecieron eternos, llegaron de nuevo y casi sin darse cuenta al bosque colindante. Las nubes se habían apartado para mostrar una luna casi perfectamente redonda, que iluminaba todo lo que le era posible aquel laberinto de vegetación.
Así, el marido pensó que lo mejor que podían hacer era separarse e intentar que al menos la mayoría de aquellos horribles animales lo tomaran a él como la mejor presa.
Sin embargo, fue todo lo contrario. Tras dividirse, todos los sabuesos fueron a por la mujer encinta, lo cual provocó que se arrepintiese por completo de su decisión, pues sabía lo que eso suponía: Aquel monstruo iba a por él, y eso únicamente podía significar que su muerte era inminente.
Fue por ello que decidió dejar que sus piernas se paralizasen por completo, de forma tan repentina, que cayó de lado sobre su brazo izquierdo; con el fin de esperar a su asesino. El temor seguía inundando su cuerpo, pero sabía que ya nada podía hacer. No tenía ninguna posibilidad de sobrevivir.
Tras unos minutos, aquella figura oscura y terrorífica llegó a su lado andando con un paso tranquilo, sin prisa alguna. No había duda de que en todo momento supo cual iba a ser el futuro de sus víctimas.
El tenue pero constante brillo lunar no logró revelar del todo su aspecto: Una figura humana con capas de ropa, cubierta toda ésta por una túnica rojiza de tela gruesa, cuya capucha le cubría la totalidad del rostro. Únicamente se podía ver una serpiente verde y plateada que adornaba su cuello, a modo de collar, que contrastaba con la sangre que le caía de las manos y lo que parecía un trozo de cuero que le cubría al menos la parte inferior del rostro.
“No puede ser que haya conseguido dar con ella y pudiera además atraparme a mí”- Pensó el hombre, cuyo deseo hasta el momento había sido que su esposa sirviera de cebo para que él consiguiese escapar. Sin embargo, lo que no esperaba era que la sangre que recorría la piel de aquel ser comenzase a moverse y, aunque al principio no tenía una figura definida, se convirtió finalmente en un afilado puñal carmesí, cuya aleación parecía no terminar nunca de gotear y de moverse constantemente como si del sistema circulatorio de un ser vivo se tratase.
A cada paso que se acercaba, más se acrecentaba el latido proveniente de aquella hoja afilada, y más se aceleraba el pulso del pobre diablo que esperaba su final. Aquella figura oculta estiró su brazo hacia su espalda con el único fin de que el golpe adquiriese mayor velocidad para que así la herida resultase mortal y, tras comenzar su ataque, justo cuando poco más de un dedo le separaba de su objetivo; un cuervo negro surgió de la mismísima noche, picoteándole furiosamente en la mano, evitando así que rematase su caza.
El ave no se soltaba del atacante, el cual decidió que la mejor solución para librarse de él era arrancarle la cabeza de cuajo, tras lo cual el animal cayó como si de plomo se tratase sobre el suelo.
- ¿No vas a dejar nunca de romper mis juguetes? – Sentenció pausadamente la voz llena de vitalidad del que, tras salir de las sombras, pareció ser un hombre alto, ni joven ni adulto, de ojos castaños al igual que su pelo, un poco más oscuro en comparación.
Tras unos segundos de silencio y lo que se podría pensar que eran miradas recriminatorias del uno al otro, estando adornada la del último participante de la reunión por una macabra y oscura sonrisa; el portador del puñal, con voz suave e imponente aunque agravada por la máscara, dio su opinión al respecto:
- Tu “juguete” no me deja coger lo que me pertenece.
- Oh, vamos. No hay que ser tan avaricioso. ¿Es que quieres que Pluto acabe controlándote el resto de la eternidad?
- Dudo que fuese siquiera capaz de controlar a la alimaña que tanto apego le ha cogido a mi mano. – Sentenció señalando el cuerpo aún móvil del cuervo con un seco movimiento de cabeza. Justo después volvió a mirar al que podía suponerse era aliado suyo.- ¿Qué quieres, Caifás?
- Me sorprende que aún no hayas visto que este pobre e inocente hombrecillo ha pasado a ser de mi propiedad desde hace un buen rato- sentenció con tono afectado de forma jocosa-. Pero claro, supongo que lo tuyo solo son las muertes y la sangre.
Tras un largo silencio, únicamente desdibujado por el suave viento de aquella noche otoñal, el ambiente comenzó a helarse, y los presentes sintieron como el foco de aquella gélida sensación no era ni más ni menos que el llamado Caifás.
El frío parecía brotar de su cuerpo, como una especie de amenaza hacia el encapuchado, con el único fin de que abandonase su objetivo; mas, a cuanto más frío hacía, mayor parecía ser su furia. En un momento ambos oponentes se pusieron cara a cara, creando en aquel pobre hombre que nada tenía que ver con sus disputas el sentimiento de que se encontraba ante dos bestias que luchaban por su territorio, por su comida. Por él.
Así, por una parte veía la sádica sonrisa y los ojos asesinos de Caifás; mientras que, aunque no podía distinguirlo por sus ropas, sentía como del dueño del puñal brotaba una mirada maligna llena de odio dirigida hacia su compañero, con el que era más que evidente que no le unían fuertes vínculos de amistad. Finalmente, el frío se fue disipando poco a poco, en señal de rendición, dando lugar a un ambiente más relajado tras el cual el encapuchado volvió a hablar de nuevo:
- Si lo quieres es tuyo. Sé de sobra que tú también estabas capacitado para captarlo, al fin y al cabo, traicionó a su esposa para asegurarse la huída. Pero si no quieres que haga contigo lo que pensaba hacerle a él, la próxima vez se un poco más… consciente de con quién estás hablando. “Él” no es el único a quien debes respeto. – Sentenció mientras daba media vuelta y se marchaba de aquella escena. Tras un par de pasos se detuvo y giró la cabeza hacia Caifás. – Ya deberías saberlo. – Y continuó con su camino.
Aunque la sonrisa de locura todavía estaba presente en el rostro de Caifás, el odio volvió a ser palpable por un segundo en sus labios y podía suponerse que también en su mirada; ya no por la rivalidad entre ambos, sino por lo inferior que lo había hecho sentir. Delante además de aquel patético mortal. Nadie podía hacerle eso, ni lo volvería a hacer. Se alejó de sus pensamientos al escuchar unos ladridos de siniestra alegría que provenían de aquellos chuchos apestosos que al fin habían vuelto a reencontrarse con su guía.
Se volvió por completo hacia aquel pobre hombre cuyo terror hacia esos monstruos le había dejado completamente petrificado. Los ojos de aquella bestia terrorífica mostraban un auténtico placer por el dolor, una necesidad que había decidido saciar con su muerte, sin que hubiese nada para poder evitarlo.
- Bueno amigo mío, hoy vas a estar de suerte - apuntó Caifás con un tono socarrón en su voz.- Te toca jugar conmigo.
A medida que iba diciendo esto último, el demonio se fue acercando a su víctima, poniéndose de cuclillas frente a él y poniendo su rostro a escasos centímetros al de éste; con la idea en mente de que ya otras veces había matado a gente por el miedo que sus gestos infundían. Con un susurro le dijo al oído:
- ¿Y sabes qué es lo más divertido? – con lágrimas en los ojos y a punto de entrar en estado de pánico, el pobre hombre atinó a negar levemente con la cabeza.- Que nunca me canso de jugar hasta que se rompen mis muñecos.
Los alaridos inundaron el bosque que seguía permaneciendo en silencio, escuchando sin perder detalle cuál era el destino de aquella pobre alma cuyo sino le había llevado a donde se encontraba ahora. A poca distancia se pudieron oír una serie de aullidos, provenientes de perras famélicas, excitadas no solo por volver a casa, sino también por haber podido saborear algo de carne.
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