El resto del camino la fortuna, como invocada por el sargento, les sonrió. No solo no hubo más incidentes con milicianos locales, sino que además se toparon con una columna motorizada de la coalición hispano-argentina que les acercaron a la capital. Descansados, entraron en Bagdad al caer la noche. El objetivo Victor Two, la famosa torre de comunicaciones, era un lugar relativamente céntrico. Se abrieron paso callejeando al amparo de la oscuridad, tan solo rota por el tenue resplandor de la media luna menguante. Bagdad tenía un serio problema con el tendido eléctrico, las luces que habían visto encendidas desde que entraron en la ciudad podían contarse con un solo dígito. Dieron por fin a una gran plaza en cuyo centro emergía una espigada torre. Se apreciaba que algunos edificios colindantes habían sido reutilizados como guarniciones y puestos de avanzada, aunque desde fuera no se veía actividad. Casaba con la información que prometía una “vigilancia débil”, pero tampoco había rastro del Bravo Six Zero.
El sargento Highway ordenó ocupar una de las casas que ofrecerían una perspectiva ventajosa de la entrada a la torre. El portal estaba despejado. Subieron al primer piso y desbloquearon la puerta con cuidado de no hacer ruido, forzando la cerradura con ganzúas. Con las armas en posición de disparo se colocaron en formación a ambos lados de la puerta, y a la orden del sargento accedieron a las habitaciones, donde dormían un par de soldados. Eli y un compañero se encargarían de reducirlos. Les taparon la boca con una mano, encañonándoles con la otra.
—Sshhh.
No hizo falta traducción. Tras un instante de sobresalto, entendieron lo que pasaba y lo aceptaron. Atados de pies y manos, y con un trozo de tela tapando la boca a modo de mordaza, se les dejó confinados en la habitación contigua. Luego los hombres del Bravo Four Zero fueron a examinar la ventana de la terraza que daba a la torre de comunicaciones. La torre era de un blanco apagado (en la negrura era difícil saber cuánto) cuya estructura se alzaba cien metros hasta un observatorio, todo cristal. Desde allí, como una aguja inmensa, surgían en vertical otros cien metros de antena. El eje no mediría más de quince metros de diámetro en la base.
—Ahí está… Victor Two. Está oscuro, pero esta posición servirá. Baylis, ¿da señal la radio?
—No señor. Sigue igual. Solo estática.
—Sargento, ¿qué pasa con el Bravo Six Zero? —preguntó Lynch, el mecánico.
—Si están están escondidos por aquí cerca, no tenemos forma de saberlo. Podrían estar en el edificio de enfrente o en Marte, lo mismo da, no podemos contactar. No queda otra, entraremos solos.
—Ellos pudieron pensar lo mismo. Quizás la torre ya está tomada —dijo Eli con los brazos en jarra.
—Un pensamiento demasiado optimista, hijo. De todas formas somos el grueso del equipo de asalto. Kane, Lynch, os quiero aquí con el calibre 50 apuntando a la puerta. Si nos metemos en problemas lanzad fuego de supresión, mantened la zona despejada para que podamos salir. Los demás, conmigo. Tenemos una torre que volar.
Los seis soldados restantes dejaron allí el instrumental que no necesitaban y descendieron a nivel de calle. Recorrieron en formación los cincuenta metros que los separaban de la entrada, los hombres de detrás cubriendo las espaldas a los de delante. Nada se interpuso, el único custodio era una estatua de Saddam Hussein que había conocido tiempos mejores. Eli tocó el hombro del sargento e hizo un gesto con la mano indicando algo en el lateral de la torre: era difícil de distinguir en la oscuridad, pero se trataba de una escalera que ascendía por fuera desde la base hasta las antenas parabólicas. El sargento captó la idea, y con otro gesto dio instrucciones de dividir el grupo en dos. Eli y otros dos hombres subirían por la escalera exterior mientras el resto se internaban por la puerta. Ambos grupos se encontrarían arriba. Eli se encaramó a sus compañeros para alcanzar la cima de la base, de unos dos metros y medio, y desde ahí ayudó él a subir a los que se habían quedado abajo. A continuación treparon la larguísima escalera oxidada.
A medida que subían no escuchaban más música que la rítmica cadencia de sus botas contra el metal. Luego el viento, más fuerte cuanto más alto. Eso era todo. Silencio sepulcral interrumpido por bombardeos en la distancia. Y de repente, a medio camino, un solitario disparo resonó en el interior de la torre. El sargento y los demás podían estar en apuros; definitivamente el Bravo Six Zero no se les había adelantado. Aumentaron el ritmo de subida con el corazón en un puño. La escalera terminó en una baranda que los técnicos debían usar para reparar las parabólicas. La recorrieron hasta dar con una trampilla que ascendía justo hasta el observatorio, la sala principal de comunicaciones. Eli iba en cabeza. Empujó la trampilla, asomándose al suelo de la sala. Estaba llena de instrumentos alrededor del eje central, parecido a lo que uno espera en la torre de control de un aeropuerto, pero de aspecto más anticuado. Nadie estaba sentado en su puesto. En su lugar, contó hasta cinco militares con el uniforme del régimen iraquí, de pie. Aquellos hombres también habían escuchado el disparo y se agrupaban alertados, armas en ristre, frente a la puerta por la que debían entrar el sargento y los demás.
En el mismo momento que Eli quiso introducirse en la sala, Baylis, uno de los que subían por el interior, entreabrió la puerta lo justo para que le oyesen dar el alto a gritos. Los iraquíes respondieron igual, dispuestos a disparar tan pronto como algo atravesara el umbral. Eli intervino. Subió dejando atrás la trampilla y sacó su fusil M16. Acribilló a los iraquíes por la espalda, ocupados como estaban en recibir al invasor de la puerta principal. Tuvieron tiempo de pegar un par de tiros antes de caer. Cuando volvió el silencio, Baylis entró por fin en la sala.
—¿Estás herido? —le preguntó Eli.
—Estoy… estoy bien. Gracias —respondió el especialista en comunicaciones, que de repente sudaba a raudales. El sargento Highway cruzó también la puerta.
—De nuevo, demuestra usted que tiene una enorme flor en el culo, señor White. ¿Hemos dañado los instrumentos?
—No, señor. El cabo White ha tenido puntería.
—O mucha suerte —reiteró Highway.
—También escuchamos el disparo desde fuera. ¿Qué ha pasado? —quiso saber Eli, haciendo caso omiso a las puyas del sargento.
—Uno de ellos bajaba, nos lo encontramos de frente. Tuvo que ser abatido. —El sargento Highway cambió la inflexión de su voz, como dando a entender que no necesitaba dar explicaciones a nadie—. No sabemos quién más estaba escuchando, así que a trabajar. Busquemos algo útil. Bloom, vaya colocando los explosivos.
Mientras Baylis manipulaba las grandes radios de la torre, Eli chequeaba los documentos esperando encontrar un registro de intercambios de información.
—Tenemos compañía, muchachos —anunció el sargento Highway, que miraba hacia abajo desde los cristales.
Quedó patente que el tiroteo no iba a salir gratis. Manchas oscuras salían desde los edificios cercanos y se aglomeraban al pie de la torre. Había decenas de soldados del régimen. Cientos. Desde allí arriba parecían hormigas saliendo del hormiguero.
—“Vigilancia débil”, ¿eh? Y una mierda —farfulló el especialista en explosivos Bloom, que estaba terminando de colocar las cargas de C3.
—White, Baylis. ¿Nada?
—Deme un minuto.
Conocer el idioma volvió a demostrarse muy útil. Eli encontró el cuándo, a quién, y por fin, el dónde. Cotejaron la información con las coordenadas que había conseguido Baylis. Parecía buena.
—Temporizador del C3 listo —anunció Bloom—. Tenemos treinta minutos.
Decidieron bajar todos por el interior, la escalera exterior estaba demasiado expuesta. Por dentro los peldaños seguían la pared derecha, descendiendo en espiral. Fuera, Kane y Lynch comenzaron a emplear a fondo la ametralladora que habían situado estratégicamente frente la torre. Debía ser una verdadera masacre, pero algunos iraquíes lograron entrar y emprender la subida. En la refriega que siguió los hombres de las SAS tenían una posición ventajosa, pues podían disparar desde arriba al extremo opuesto de la escalera, y el enemigo se topaba literalmente con una lluvia de balas. Cuando quedaba apenas un puñado de escalones, el fuego de supresión de la ametralladora browning cesó. Era improbable que el combate hubiese terminado, había demasiados enemigos. Baylis tenía la cara desencajada. Los demás no estaban mucho mejor.
—Kane y Lynch… oh no… los han cogido…
—Eso no lo sabemos —dijo otro de los compañeros—, podrían haber cambiado de posición, o quizás la ametralladora ha fallado, o-
—Han caído. Se acabó. —Baylis no escuchaba a nadie—. Sin el apoyo de afuera no podemos salir. Debe haber decenas de enemigos esperando que abramos esta puerta. Esto es un embudo. Una ratonera. Fin del juego, ¡estamos muertos! ¡FIN DEL JUEGO! —dijo Baylis, desesperanzado.
El sargento le propinó un bofetón.
—¡Esto no acaba hasta que termina, soldado! Honraremos el sacrifico de Kane y Lynch. Aguantaremos aquí. Si esos bastardos nos quieren tendrán que entrar a buscarnos. Venderemos cara nuestra piel.
—No —dijo Eli—. Hay otra forma. Bloom, ¿te queda C3?
—No más de media carga —respondió tras rebuscar en su cinturón táctico.
—Suficiente. Yo digo que pongamos la carga aquí —dijo señalando la pared opuesta a la entrada—, volamos la pared y corremos hasta las residencias del otro lado. La propia torre nos servirá de escudo, al menos durante unos segundos.
—¿Volar esa pared? Toda la estructura podría venirse abajo —respondió Bloom.
—No tenemos nada que perder. —El sargento Highway sopesaba la propuesta de Eli—. Y esta torre va a caer de una forma u otra. Está bien, White. Bloom, coloque la carga.
Bloom acató la orden a regañadientes. Colocó la carga con sumo cuidado, apartando un par de cadáveres de la refriega anterior.
—Tapaos la cabeza. Algún fragmento puede salir despedido hacia dentro. A la de tres. Una, dos…
El explosivo reventó y echaron a correr entre la polvareda sin esperar a constatar el tamaño del boquete. Ni siquiera veían por dónde iban, solo seguían hacia delante. Los iraquíes a su espalda gritaban en confusión, pero se dieron cuenta enseguida del engaño. Ayudados de linternas, disparaban en la oscuridad hacia los seis hombres del Bravo Four Zero, que dejaron de correr para reaccionar en formación, casi por instinto. Tres de ellos respondían a los disparos mientras los otros tres avanzaban. Luego los tres que iban delante echaban cuerpo a tierra y se daban la vuelta para relevar a los de atrás, que avanzaron intercambiando papeles. Y vuelta a empezar. Así fueron ganando terreno, metro a metro. Resistían, pero el enemigo era muy numeroso. La ventaja de los británicos se esfumaba por momentos. Entonces una potente luz iluminó la plaza desde delante, deslumbrando a todos por igual. Eran faros, una columna de Land Rovers que penetraban en la plaza, cada uno con una ametralladora FN Minimi montada. La caballería. ¿Pero para quién? Abrieron fuego… diezmando las fuerzas iraquíes, que se retiraban en el más completo desorden. La patrulla Bravo Six Zero había llegado con refuerzos.
Un tipo con el pelo amarillo paja saltó de uno de los coches con dos subfusiles, uno en cada mano, y echó a correr hacia los iraquíes que huían despavoridos. Iba disparando como un energúmeno hasta perderse en la oscuridad.
—¿Quién rayos es ese? —El sargento vocalizó lo que todos estaban pensando.
—Ese muchacho es Billy O’Brian. BOB para los amigos.
El hombre que hablaba salió del mismo vehículo que el exaltado de los subfusiles. Solo por su forma de andar era fácil identificarlo como un oficial de alto rango, lo que pudieron verificar cuando se acercó a saludar.
—Disculpad al bueno de Billy. Tiene talento, pero se emociona con facilidad. No conoce de modales —dijo el hombre, pasando la mirada por cada uno de los miembros del Bravo Four Zero. La detuvo en el sargento y le estrechó la mano—. Me alegra verte de una pieza, Highway.
—Collier. Lo mismo digo. Y no te preocupes por tu Billy. Nosotros también tenemos algún miembro excéntrico —mencionó, mirando a Eli—. ¿Dónde estabais? Pensaba que no lo contábamos.
—Nos retrasamos, sí. Tanto vehículo resultó ser una carga al final del día. Éramos demasiado visibles, pero no lo suficientemente intimidatorios. Nos las vimos con un par de carros de combate de la Guardia Republicana. Perdimos gente, y reconozco que hubiésemos perdido más de no ser por nuestros aliados americanos de la USAF. Nos salvaron el pellejo. Nos han acompañado hasta aquí.
Así era; varios de los vehículos del convoy lucían la bandera estadounidense.
—Nosotros también tenemos un par de bajas. Gracias a ellos hemos salvado el pellejo ahí detrás. Pero así es la guerra, Collier.
—Así es.
El tal Billy O’Brian volvió al trote de su escaramuza, todavía con los subfusiles en ambas manos, sudando como un cerdo y cubierto de sangre. No era suya.
—Señor, amenaza neutralizada —dijo, jadeando.
—Excelente, O’Brian. Vuelva con los demás.
BOB se despidió cuadrándose y, llevándose la mano a la frente en un perfecto saludo militar, se marchó. Todo el Bravo Four Zero se quedó mirando al sargento Collier.
—¿Qué? El muchacho es así. Y ya habéis visto que sabe defenderse. No seré yo quien le coarte.
El temporizador del C3 que habían colocado en la sala de comunicaciones llegó a cero, y durante un instante se hizo de día en Bagdad. La torre al completo colapsó, no dejó más que polvo y escombros. La patrulla Bravo Four se unió en los Land Rovers a sus colegas del Bravo Six, tal como estaban destinados desde un principio. Repasaron los datos que habían obtenido en Victor Two. La localización aproximada de los misiles SCUD apuntaba a las proximidades de Al Haditah, a 270 kilómetros, lo que equivalía a unas cuatro horas de viaje por la autopista principal.
Se pusieron cómodos, intentaron descansar. Pasaron delante del Aeropuerto Internacional de Bagdad, y a los pocos kilómetros divisaron la infame prisión de Abu Ghraib. Eli sintió un escalofrío. El resto del viaje lo recordaría como algo borroso, pues transcurrió en un estado de duermevela, semi-inconsciente. Sus compañeros no estaban mucho mejor, alguno dormía a pierna suelta con el traqueteo del Land Rover, aun sabiendo que en cualquier segundo podían pisar una mina, o caer en una emboscada. Pero habían pasado un par de días especialmente duros, y el cuerpo necesitaba reponerse. Tras unas horas que parecieron un instante, el sargento Highway anunció la llegada a las proximidades de Al Haditah.
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