ANA
Soñaba algo suave contra mi mejilla. Como… algodón. Y de alguna forma, cálido. Parecía moverse al compás de mi respiración, como si estuviésemos en sincronía. Se sentía como una gran almohada, pero, ¿tenían vida las almohadas? ¿Podían… respirar? Fruncí el ceño. La luz poco a poco llegaba, pero nunca lo suficiente. Sentía como si mis oídos tuviesen tapones y al abrir los ojos, el sonido alrededor entró al instante. Lo primero que divisé fue blanco. Blanco allá, acá, en todas partes. Luego una… ¿cortina? Una cortina de baño. Tragué saliva y solté una exclamación. Algo ardía en mi garganta. Parecía como si fuego se hubiese apoderado de mis entrañas. Era un sentimiento desagradable. Miré a mi costado para divisar la almohada con la cual había soñado, ya que, efectivamente, seguía allí conmigo incluso lejos del sueño.
Pero no era exactamente un objeto…
El pecho de Lucas se elevaba lentamente y caía con suavidad. Dormía plácidamente, con el rostro en una expresión… natural. Nada que ver con la máscara que llevaba al estar rodeado de gente. Este era su rostro real, pensé. Tranquilo, pero no demasiado. Calmado en un sentido que sólo él podría lucir. Su cabello caía sobre su frente, y observé sus pestañas que para mi sorpresa, eran más largas de lo que parecían a simple vista. Su cabeza caía justo encima de la mía, como si fuésemos un puzzle.
La música retumbó finalmente por mis oídos. ¿Cuánto tiempo llevábamos allí? Las paredes aún se movían, pero no me importó. Con cautela, moví el cuerpo de Lucas hacia el lado contrario, dejando que su cabeza se apoyara sobre la tapa del tacho de basura. Evité echarme a reír por la vista de la situación. Me puse de cuclillas, pero todo se seguía moviendo, por lo cual me sentí obligada a tomar asiento en el inodoro. Solté un suspiro. Mi cabeza daba vueltas, pero no sentía náuseas. Y por alguna razón lo último que quería era que Lucas me viese vomitar.
―Buenos días.
Giré mi cabeza para observar a Lucas reacomodarse en el suelo y echarme una sonrisa de cansancio.
Dios mío, así se ve cuando despierta.
Quería golpearme contra la pared por pensar en esas tonterías. Sinceramente, tenía que dejar de beber tanto. El alcohol ya empezaba a jugar con mi cabeza.
Tomé mi teléfono del bolsillo.
―Son las tres de la mañana ―mascullé. Y me arrepentí de haber hablado. No solo mi voz había sonado más grave de lo normal, si no que parecía como si el filo de un cuchillo rozara mi garganta. Tragué saliva.
Miré a Lucas de reojo. Parecía querer contenerse a decir un chiste y entorné los ojos, como desafiándole. Levantó las manos en señal de defensa.
―Debemos llevar varias horas durmiendo entonces ―calculó mientras se ponía en pie. Para su suerte, no se tambaleó, pero seguro se debía al hecho de que tenía poco alcohol en la sangre, o sabía tolerarlo más que yo. Me decidí por las dos opciones.
Volví a posar las manos en mi cabeza, totalmente exhausta. Tenía que encontrar a Cole y largarnos de allí. Lo último que quería era volverme a desmayarme en Lucas. Fruncí el ceño y alcé la cabeza para mirarlo.
―¿Cómo llegamos aquí?
Puso las manos en los bolsillos mientras dejaba descansar su cadera sobre la encimera.
―Estábamos en las escaleras y de repente te desmayaste. Te traje aquí por si despertabas y querías… ya sabes… lanzar.
Hice una mueca de fastidio. Genial. Me había convertido en una carga. Y no una cualquiera. Una carga lanzadora de alcohol.
―Tranquilo, nunca vomito ―respondí mientras le hacía un gesto con la mano. Me puse en pie, intentando parecer que estaba completamente bien. Pero por supuesto, todo se inclinó hacia la derecha y posé una mano sobre la pared para mantenerme estable.
―Oh espera
Lucas se acercó a mí y puso sus manos sobre mi espalda para no dejarme caer.
―Suéltame, niño rico ―mascullé cansada y fastidiada. ¿Por qué tenía que ayudarme? Nunca había pedido que lo hiciese.
―¿Otra vez con lo del niño rico? Pensé que a estas alturas te habías olvidado de aquel apodo.
Quería golpearle. Quería insultarle en todos los idiomas posibles.
Pero el chico tenía razón. Y sería una idiota si no aceptaba su ayuda. Dejé entonces que posara una mano en mi cintura y pasase un brazo mío sobre su hombro, para luego ayudarme a caminar hacia la puerta.
―Cole ―le dije cerca del oído. Lucas miró hacia mí y sonrió levemente.
―No te preocupes, te llevaré a él.
Cuando abrió la puerta y salimos de allí, nos encontramos con la mirada de varias personas esperando detrás, con el ceño fruncido y los brazos cruzados.
―Ups ―dije y dejé que se me escapara una risa. Escuché a Lucas riéndose conmigo. Nos movimos con torpeza por el pasillo, pero lo cierto es que la mayoría de los pasos los hacía Lucas y yo me dejaba arrastrar por él.
―Espera, tengo una idea mejor ―dijo cerca de mi oído, ya que debido a la música era difícil hablar. Quería protestar y preguntarle de qué se trataba su idea pero las palabras no lograron salir. Y al cabo de unos momentos, Lucas se inclinó hacia el suelo y tomó una de mis piernas, pasándola a su costado. Luego me elevó y… me encontraba en su espalda. No me quedó otra opción que dejar caer mis brazos a cada lado de su cuello.
Tenía que admitirlo, la almohada era cómoda.
―Soy pesada… ―mascullé y olvidé que tenía la oreja de Lucas cerca de mi mejilla. Sentí como su cabeza se sacudía en negación.
Cerré los ojos ante el movimiento, sintiéndome inesperadamente relajada.
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