El sonido del mar golpeando la arena de la playa, le hacía sentir un poco mejor. Veía algunas rocas pequeñas a su alrededor que, de forma aleatoria, se encontraban cerca de donde la tierra terminaba y comenzaba el enorme océano azul. Sonreía al ver aquel océano tan vasto, tan calmo, tan azul. Un color que de algún modo se confundía con el subconsciente de los hombres y por ende de sus mayores temores como también de sus mayores anhelos. El recordaba poco de sus inicios, vestido con unas togas negras, aquel hombre de unos posible treinta o treinta y tres años de edad, miraba con alegría su entorno. Aquello no parecía ser un caos a primera vista; pero una mirada más profunda evocaba aun al más valiente a pensar en monstruos de piel color marrón claro, que no acechaban en la oscuridad sino que eran visibles en el profundo mar de color azul, monstruos que desataban los miedos tan íntimos y tan terribles en los que los veían, él amaba eso, amaba el miedo, amaba los secretos oscuros; pero por sobretodo, amaba la locura, porque la locura era la que precedía al Caos.
Su cara estaba tapada por una capucha negra; pero se podía ver su mentón donde una barba digna de un Faraón asomaba, esta se encontraba decorada por unas vendas de color azul y unos anillos de oro marcados, sus propias manos tenían anillos dorados en sus diez dedos que representaban su rango como el Faraón, el líder supremo, el Gran Padre de Egipto, el emperador de la gran Set Ren´Thar, hogar de Set y de su hijo, Renseth, el Señor De La Guerra.
Sosteniendo un bastón en su mano izquierda y un látigo en la derecha, aquel Faraón hijo de los Dioses, veía con una sonrisa divertida aquel océano mientras recordaba su pasado, el día que él nació, muchos años atrás, cuando fue encontrado siendo un bebe en el rio Nilo, en una barca hecha por un metal extraño con un jeroglífico que lo señalaba como el hijo de Set, Dios del bajo Egipto y antiguo Señor De La Guerra.
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