—¿Dónde estabais? —nos pregunta Corvin, extrañado. Lo mismo le podríamos preguntar a él, desaparecido durante todo el recreo. Pero eh, estábamos un poco... ocupadas. Sí, eso. Yo miro para otro lado. N-no es que tenga ganas de ponerme a explicar todo.
La puerta de la clase se abre. ¡Menos mal! Parecía que no iba a venir nunca el profe. Mis ojos no dan crédito a la figura que entra por la puerta y, a juzgar por las expresiones del resto de compañeros, ellos tampoco. Solo sé que es un hombre porque el nombre que sale en el horario es de hombre y, bueno, vale, lo admito: sería una mujer un poco recta y plana. Es bastante alto, así en plan metro ochenta y lleva un vestido blanco de una pieza que le llega hasta los pies, de manga larga. También viste con unas zapatillas de esas blancas a juego, creo que son típicas de su país: de tela y suela de esparto. No sé cómo se llaman. Al girarse y ponerse de frente a nosotros vemos que su vestido lleva un escote generoso. Le queda hasta bien.
Ah, claro, y tiene el pelo largo y verde. ¿Qué les pasa a todos los magos? ¿Es necesario ir con el pelo teñido de colorines o qué? Le voy a tener que preguntar a Finn.
—Bon dia, floretes!
Definitivamente es voz de hombre, pero con un tono de falseto. Se tiene que estar quedando con nosotros. La cara de Minka parece decir "qué cojones es eso".
—Soy Arcadi Puigdevall, ¡la orquídea venida directamente de la República Màgica de Catalunya! Voy a ser vuestro grácil profesor de Artes de apoyo durante este curso, semillitas.
Ah no, no es falseto. Su voz suena así a pito. Er... a pito de los que hacen sonido agudo. El murmullo que oigo es que, definitivamente, el estilo de este profe levanta pasiones. ...Sí, pasiones.
Nuestro docente floripondio se vuelve a girar y empieza a anotar cosas en la pizarra.
—Vamos a dedicar estas dos horitas a practicar la base de las artes de apoyo: la Coraza y el Efluvio.
Nos vuelve a mirar y se pone a un lado de la pizarra. En ella hay escrita esos dos términos y unos diagramas que...
—¿Veis estas dulces violetas que he dibujado? —señala a su dibujo, bastante bien hecho, de tres flores en una maceta— Vais a regarlas mágicamente. Buscad vuestro recipiente de agua interior e imaginad que le dais el néctar transparente de la vida a estas cositas, por favor.
A ver, igual soy yo, pero llamar "néctar transparente de la vida" al agua es ser un poco pedante, ¿no? Igualmente, intento hacer lo que dice. Visualizo el barril de agua. ¿Y ahora qué? Hasta ahora, hemos usado el "agua" como combustible. Es decir, para las artes ofensivas, nos imaginamos el proceso y eso consume "agua". Pero esto es diferente.
La pizarra empieza a recibir algunas bolas mágicas lanzadas desde los alumnos. Son de un color azul cielo y del tamaño de una pelota de tenis aproximadamente. Al impactar en la pizarra, se desvanecen sin dejar rastro. No son esferas de agua, no.
—¡Así! ¡Así! —exclama Arcadi— ¡Que crezcan sanas y fuertes!
Una de ellas es de Finn, que se permite el lujo de lanzar un par más.
—¿Cómo lo has hecho? —le pregunto al chaval de pelo azulado.
—Cogiendo un puñado de agua de tu interior y lanzándolo rápidamente hacia adelante.
Su sonrisa se hace más evidente cuando le comunico mi falta de entendimiento con mi mirada.
—¡No pienses! ¡Coge agua, tira agua!
Claro Finn, pero yo no tengo afinidad con el elemento acuático. Es más fácil decirlo que hacerlo. Bleh. Imito su movimiento con gestos más exagerados que él. No sé, por si acaso cuela.
Y lo hace. La pelotita de energía mágica sale disparada hacia adelante. No impacta donde tiene que hacerlo, pero ¿acaso importa? Minka y Corvin, que estaban observándonos atentamente, también copian mis movimientos y también les sale.
Al cabo de un rato, el docente Puigdevall alza una mano.
—Prou!
Quizá signifique que paremos en su idioma, porque todos lo hacen.
—Bien, semillitas, parece que habéis entendido el concepto. ¡Pasemos a la siguiente lección! Os recomiendo que os pongáis de pie y cerréis los ojos para no marearos.
¿Qué?
Toda la clase obedece las recomendaciones. Eh, yo no seré menos. Corvin se hace el machito y se queda sentado en su silla y de brazos cruzados, supongo que en algún intento de impresionar a alguien. Él sabrá.
Siento un brusco cambio de ambiente y una brisa, así como una pequeña pérdida de equilibrio, como si me hubiesen movido de sitio. A mi lado, un ruido de alguien cayéndose de culo. Al abrir los ojos, ¡realmente hemos cambiado de sitio! Estamos afuera, ¡en el recreo! Y el que se ha caído es Corvin. Eso le pasa por hacerse el listo.
—Ahora que estamos en un lugar más amplio —continúa Arcadi, secándose los labios con un pequeño pañuelo de tela tras haber bebido agua de una botella de plástico— podemos continuar con la segunda parte del ejercicio, semillitas: lanzaos entre vosotros, a quien queráis, las bolitas de maná que habéis tirado antes a la pizarra, por favor. ¡Ahora!
Nos miramos unos a los otros. ¿Nos ha dicho que nos lancemos globos de agua? Sin... agua. Y... sin globos. ¡Chof!
Ese es el ruido de una bola de energía impactándome en la cara. Pero al tocarme no estoy mojada, ni siquiera noto ningún cambio en mí... ¿No hace nada? Finn me sonríe en la distancia. ¡Se va a enterar!
Durante los siguientes diez minutos nos lo pasamos pipa tirándonos bolas de energía de estas que no hacen nada y, cuando parecía que estábamos disfrutando de ello...
—Prou! —Arcadi alza la mano para que paremos y se espera hasta que hayamos terminado para continuar, a pesar de algunos suspiros y "jooo..."s— Ahora repetid lo mismo, pero poned en cada bolita vuestros mejores sentimientos y deseos para la persona que lo reciba. ¡Desbordad la esfera de buenas intenciones!
—Qué cursi —comenta uno al fondo—. ¿Esto es en serio?
—¡Por supuesto! Señor...
—Hornet —se identifica el alumno—. Kilian Hornet.
No lo veo bien desde aquí, pero parece tener el pelo corto y una expresión como de activo, de deportista. Como Minka, pero en chico. Quizá un poco menos atlético.
—Confía en mí, señor Hornet —sonríe el profe, con una sonrisa que en una mujer sería muy adorable pero en él... da un poco de grima, la verdad— El resultado et farà el pes, es decir, te convencerá.
Pues nada, al lío. Preparo una bola de energía mientras pienso en cosas bonitas. Ojalá Finn se realice como el hombre que es, que esté rodeado de bonitas flores y tenga siempre felicidad y buena salud.Supongo que ha servido porque ha cambiado a un verde como la hierba, clarito; entonces, se la lanzo a Finn.
Al recibirla, se queda parado un segundo y me mira. ¿Habrá oído o notado mis sentimientos? Qué vergüenza, espero que no. Su boca atisba un esbozo de sonrisa y me levanta el pulgar. Muy típico de él. Entonces, él también me lanza una bola de esas, impactándome en la cara. No, en efecto, el hechizo no te dice en qué ha pensado el lanzador, pero te deja esa sensación de calma, serenidad y felicidad tal y como si te hubieran dicho cosas bonitas.
Es un pensamiento un poco escalofriante, pero este hechizo podría ser adictivo para aquellos cuya vida es bastante mediocre, ya que proporciona calidez y felicidad. Aún así, ¿podría alguien deprimido lanzárselo a sí mismo, si ya de por sí carece de felicidad...?
No pasan ni cinco minutos hasta que el profe nos dice que paremos otra vez. No vaya a ser que nos alegremos demasiado, supongo.
—¡Bien, floretes! La bola que habéis lanzado azul se llama carga de maná —él abre la mano y crea una, que flota encima de la palma—. Pero si la imbuís con pensamientos bonitos y buenos deseos, se convierte en el hechizo Efluvio —ahora, dicha bola pasa a ser verde claro—. Efluvio cierra heridas, solda huesos y sana el cuerpo, aunque, por supuesto, todo depende de la cantidad de maná y de los buenos deseos que tengáis en mente para el receptor, semillitas.
El chico de antes, el tal Kilian, suelta un "aaaah, era por eso...", seguido de risas de los compañeros a su alrededor. Esto ha sido más fácil de entender que la clase de Artes ofensivas... a pesar de su apariencia, este profe es un crack.
—Es hora de pasar a algo más complicado —continúa—: la Coraza. La Coraza reduce o anula el daño que se recibe. Si lo combináis con un elemento, ya podéis ver lo útil que puede llegar a ser. Para ello, cogéis una carga de maná —Arcadi la crea en una mano— y la lanzáis contra vosotros, o contra vuestro objetivo, imaginándoos que son pequeños hilillos que os cubrirán como si fuera una tela. Así, mirad.
Siguiendo su explicación, el señor Puigdevall hace un movimiento hacia arriba con la mano, lo que hace que la bola azul de maná salga disparada hacia arriba... pero luego vuelve hacia él e impacta en su cuerpo. Entonces, tal y como ha dicho, la carga de maná se convierte en miles de hilos que lo envuelven. Me recuerda un poco a cuando una araña envuelve a su presa en tela de araña. Todo esto ha ocurrido en menos de cinco segundos.
—¿Lo habéis comprendido? Lanzad Corazas a vosotros mismos y entre vosotros, ¡semillitas!
Si difícil no parece, el caso es que la realidad suele ser diferente. Veamos.
Cojo una carga de maná, que es como se llaman las bolas esas.
Me imagino muy fuertemente que de dentro saldrán telas de araña. Qué asco. Los gusanos también hacen seda, pero no sé qué me da menos coraje de los dos bichos.
Me lanzo la bola hacia mí. El profe la mueve mágicamente, pero es más efectivo cogerla físicamente y tirármela.
Por favor por favor por favor que salgan hilillos de dentro.
Al impactar contra mí mi cuerpo aún piensa que tiene que hacerme daño y se estremece ligeramente. Por fortuna, la esfera se convierte en una especie de manto finito que me envuelve y me aprieta... sin apretarme de verdad. Es difícil de explicar. Es como si cogiesen una tela muy fina y te apretasen pero cuando te empieza a apretar aunque solo sea un poco, se desvanece.
Muy mágico todo, sí.
Lo importante es que lo he podido hacer. Por supuesto, Finn parece que ya le ha cogido el tranquillo, pero a Minka y a Corvin les cuesta comprenderlo. Voy a ir de sobrada y les voy a lanzar una Coraza a cada uno de los dos... pero una impacta en otro chico y la otra se desvanece en el suelo. Mi gozo en un pozo.
—Me está rayando la Coraza esta —se queja Minka, acercándose a mí—. ¿Cómo lo consigues hacer?
—Imagínate que de la bola de energía salen telarañas que te cubren, como si fuera una araña intentándote merendar.
—Vaya símil más asqueroso, Alicia...
—¡Oye! ¡A mí me ha servido! ¡Inténtalo, al menos!
¿Qué? Es verdad. Minka me mira, parpadea, suspira y lo vuelve a intentar. Ahora sí, esta vez le sale bien.
—Qué asco —se vuelve a quejar la pelirroja—. Pero tienes razón. ¿Voy a tener que imaginarme telarañas cada vez que lance esto?
—Siempre puedes pedírselo a Finn —lo señalo hacia atrás, con el pulgar— que parece que se le da muy bien. Míralo qué arte tiene.
En efecto, Finn no hace más que lanzarle Corazas a todo Cristo con una facilidad pasmosa, así, en plan, pim pam trucu trucu. ¿Quién diría que hace cinco minutos que ha aprendido el hechizo?
Admito que verle mola. No solo por lo mono que es, sino por los juegos de manos que hace para crear y lanzar los hechizos. No parece darse cuenta de que le miro.
Ahora que me fijo en el paisaje, recuerdo que al poco de mudarme aquí había una montañita detrás de la academia con un lago y un riachuelo. ¡Tengo una idea! ¡Se la propondré al grupo cuando termine la clase!
Después de unos minutos más de quedarme empanada viendo el paisaje y lanzando Corazas a partes iguales, el profe Arcadi levanta la mano otra vez con su "prou" para que paremos lo que estamos haciendo.
—¡Muy bien, semillitas! —sonríe otra vez, con esa sonrisa que da mal rollo porque es él pero seguro que no hace a propósito— Veo que ya habéis aprendido a lanzar Coraza. ¡Y esto es todo por hoy! —hace una palma con las manos— ¿Sabéis que podéis mezclar Efluvio y Coraza con elementos que dominéis para que sean más efectivos? ¡Experimentad con ello! ¡Dejad volar vuestra imaginación! Os lo explicaré el viernes pero ¡sentíos libres de probarlo! Ya podéis volver a vuestra clase a coger las cosas y marchar.
Varios de nosotros suspiramos de alivio en ver que ya hemos terminado por hoy. Aunque el móvil dice que aún faltan diez minutos para terminar la clase. Igual se está reservando este tiempo extra para ruegos y preguntas. Que, ahora que me fijo, parece que hay un alumno de pelo chocolate rojizo y un pendiente raro en su oreja izquierda que va a consultarle algo al profe. Ni idea de quién es.
—Buf. Esto de las artes de apoyo es más chungo de lo que creía —se vuelve a quejar Minka, caminando los cuatro de camino al edificio y a nuestra clase.
Corvin asiente mirando hacia abajo, como derrotado.
—Sin embargo, parece que a Finn se le da bastante bien, ¿no Finn? —añado.
Él se encoge de hombros.
—Yo creo que el tema es cogerle el tranquillo. Difícil no es.
—Eres un traidor, Finn —se decepciona Corvin, como si acaso fuese culpa suya ser bueno en algo.
—Eh chicos, cambiando de tema —interrumpo los lamentos del machito y la pelirroja—. Hay una montaña detrás de la academia con un laguito y un riachuelo. ¿Qué os parece si vamos el finde a darnos un bañito ahora que aún hace bueno y luego os quedáis en mi casa a dormir?
La idea parece calar en los otros tres. Puedo ver el fulgor en los ojos de Minka y la sonrisa de Corvin. Finn, por supuesto, no cambia su expresión.
—¡Me apunto! —esa ha sido Minka.
—¡Cuenta con mi hacha! —no importa el hecho de que no tengas hachas, Corvin.
—Puede estar guay. Iré.
—Pues no sé, ¿quedamos después de comer en mi casa? El sábado a las cuatro de la tarde. ¡Traed agua! ¡Practicaremos mucha magia!
Ya está, ya estoy feliz. Entro a clase a coger la mochila, no sin antes mirar el tochaco de libro, el grimorio. Sí, ha apuntado automágicamente la clase de hoy. ¡Es un chollo esto de que los apuntes se tomen solos! No me interesa repasar la clase de hoy, así que lo vuelvo a meter en la mochila y me la pongo en la espalda.
¡Y ya está! Con esto y un bizcocho, hemos terminado por hoy. ¡Vámonos a casa a desc—!
Un sonoro "¡ayudaaaaa!" interrumpe mis pensamientos. Viene de fuera. Vaya por Dios...
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